El trabajo del héroe
OPINIÓN… VILTIPOCO10000: NOVIEMBRE 05 DE 2010…
La Calle del Medio
Una jovencísima amiga colombiana residente en Cuba desde hace muchos años contaba en una ocasión, un poco inquieta por los cambios que observaba a su alrededor, lo mucho que le había impresionado su primer día de escuela en La Habana. Sus pequeños compañeros la rodearon con curiosidad y la asaetearon inmediatamente a preguntas. “En Colombia”, decía mi amiga, “la primera pregunta de los escolares es siempre: “¿cuánto gana tu papá?”; aquí, en cambio, todos querían saber quién era nuestro héroe nacional”.
Es posible conocer una sociedad por las preguntas más frecuentes que se intercambian sus ciudadanos: cuánto ganas, dónde compras, qué carro tienes, de qué marca son tus zapatillas, de qué equipo eres. Estos son los protocolos de una tribu hechizada por las imágenes. Pero podemos imaginar por juego preguntas correspondientes a sociedades buenas y malas, presentes o futuras, para definir el rasgo dominante -el “patrón de cultura”, diría la antropóloga Ruth Benedict- que moldea a sus miembros: una sociedad, por ejemplo, de guerra ininterrumpida (“¿cuántos mataste ayer?” o “¿cuántos hermanos te quedan?”); una de hambre sin tregua (“¿has comido hoy?”); una de impulsos intelectuales puros (“¿de cuántas maneras se nombra el ser?”) o una, todavía inexistente, de cuidados y atenciones recíprocas (“¿cuántos dolores puedo aliviarte?”).
Es posible conocer una sociedad por sus preguntas, pero también por los héroes que reclama y fabrica. Según la etimología griega, el héroe (héros) es el que ha alcanzado la madurez, el que expresa la forma plena de la condición humana. Pero para los griegos esa plenitud, como la del famoso discóbolo de Mirón, se declaraba sólo una vez, en un gesto irrumpiente y desnudo, y en unos pocos lugares privilegiados: el estadio o el campo de batalla. Sobrehumanos, sobrepotentes, soberbios, los héroes señalaban su superioridad en el relámpago de una hazaña aislada; la “plenitud humana” era apenas alcanzable para unos pocos hombres, mestizos divinos, cuyas proezas había que registrar y admirar. Aunque Hércules, el prototipo antiguo, fuera conocido por sus “trabajos”, el “trabajo” era precisamente el contrapunto y la negación del “heroísmo”. Los héroes, que ahorraban trabajo a los hombres con sus hazañas, no trabajaban: resplandecían.
Lo contrario de un mito heroico es un cuento de hadas. Allí, esas fuerzas sobrehumanas que protagonizaban el destino de los griegos se convierten en meros auxiliares, cuando no en enemigos, de criaturas menudas y seres pequeños que tienen que salir de un atolladero: hijitos abandonados, segundones sin herencia, siervas despreciadas encuentran la ayuda de un objeto o un espíritu mágico cuya aparición, de algún modo, habían merecido gracias a su esfuerzo o a su astucia. Pulgarcito es el reverso de Hércules, encarnado ahora más bien en el temible Ogro, enorme y peludo, que quiere comerse al racimo de hermanitos extraviados. Pero luego -ay- el capitalismo pasó a despreciar los cuentos y recuperó lo peor de los mitos griegos. Los grandes héroes estadounidenses (Superman o Spiderman), cuyo disfraz pueden ponerse los niños pero a los que no podemos imitar, recuperan la tradición del relámpago individual, de esa gran proeza vertical, de arriba abajo, que paradójicamente provoca el mismo mal que, sólo una vez alcanzado el punto de máximo peligro, vendrían a desactivar. Lo inesperado se espera siempre; lo imposible se hace posible a fuerza de debilidad, de pasividad, de rendición. Mezcla aberrante de individualismo extremo y extrema mística religiosa, hay que entregar el mundo a las fuerzas del mal, y dejar que triunfen hasta el final, para provocar la entrada rutilante del héroe restaurador.
Según esta tradición griega, capitalista y religiosa, héroe es el que ahorra trabajo a los humanos sin esfuerzo. ¿Agradecemos el trabajo que nos ahorran? Los grandes gestos son femeninos: se llaman “gestas”. Pero nadie considera una “gesta” el trabajo de una madre que, como los enanitos del zapatero del cuento, ordena la casa, cocina los alimentos, recompone la vida amenazada por el deterioro y la corrupción, mientras los demás descansan o juegan; tampoco consideramos una “gesta” el esfuerzo del recogedor de basura que limpia trabajosamente la ciudad -como Hércules el famoso establo de Augías- mientras los ciudadanos duermen; ni consideramos “gestas” las fatigas del que ajusta la máquina o repara el arma que utilizarán los otros; ni el sacrificio oscuro del que, en lugar de brillar en una guerra injusta, trabaja entre bastidores para evitarla. El capitalismo, fundado mitológicamente en el trabajo propio pero sostenido realmente en el trabajo ajeno, desprecia el trabajo. ¿Qué es lo que admiramos los consumidores occidentales en nuestros héroes? La aparente falta de esfuerzo con que nos ahorran el trabajo de pensar o de intervenir en el mundo. Brillan, rutilan, relampaguean sin necesidad de combustible, y descienden olímpicos desde la televisión, con su aura liviana, para responder a todas nuestras preguntas. Cuánto ganas: mucho. Dónde compras: en París. Qué carro tienes: tengo siete. Qué perfumes, qué sábanas, qué hoteles, qué cuerpos usas: como la fuerza de Hércules y la visión láser de Supermán, son inalcanzables para ti. Nuestros héroes son empresarios, deportistas, actores, cantantes, diseñadores, vendedores y, si podemos disfrazarnos de ellos, no podemos alcanzar -al menos no con trabajo- su brillo irresistible.
¿Héroes que trabajan? Me conmueve mucho el final de una extraordinaria serie soviética de 1973, 17 instantes de una primavera, que los cubanos, si no me equivoco, pudieron seguir en su día por la televisión. A salvo en Suiza, ascendido y condecorado, el coronel Maxim Isayev, agente soviético infiltrado en las SS, sabe que regresar a Berlín le puede costar la vida. Pero decide regresar. A pocos kilómetros de la capital alemana, detiene su automóvil en medio de un bosque y se sienta a reflexionar al pie de un árbol. Mientras él recuerda todo lo vivido -el amor al que ha renunciado, los compañeros que han muerto, los pequeños placeres arrancados a la lucha- un flashfoward anticipa lo que quizás el héroe no llegará a vivir: la liberación de Berlín por los soviéticos, la victoria sobre el nazismo, los juicios de Nuremberg. Luego la cámara regresa al pie del árbol y una voz en off cierra la historia: “Pero nada de esto ha ocurrido todavía. Ahora el coronel Maxim Isayev va a Berlín... a trabajar”*.
En el Crátilo de Platón, Sócrates deriva la palabra “héroe” de “eros”, pues los héroes son fruto del amor y transmiten el amor a los hombres; pero también de “erotán”, la capacidad de preguntar, porque los héroes son “buenos oradores” y “hábiles interrogadores”. Todos somos capaces de amar, todos somos capaces de hacer buenas preguntas y, allí donde los humanos no estamos provistos de superpoderes, siempre cabe la posibilidad de una buena división del trabajo. Es bonito y ennoblecedor admirar a alguien porque hace algo -juegos malabares o vacunas- mejor que yo; y es bonito y ennoblecedor ser admirado al menos una vez en la vida porque soy capaz de hacer bien mi trabajo. Pero esta división del trabajo -en la que habrá turnos de admiración como hay turnos de fábrica o de guardia- presupone la dignidad, la independencia y la justicia, máxima expresión de la plenitud humana, como estructura del mundo y patrimonio común de todos los seres humanos por igual.
NOTA
* Esta extraordinaria serie, que revela todo el infantilismo y penuria estética y mental de Hollywood, puede descargarse en http://www.nodo50.org/rebeldemule/foro/viewtopic.php?f=31&t=1194&sid=613de5691b7815c86b9e77215c74fbc4. Aprovecho para agradecer a la página Rebeldemule su extraordinaria labor de recuperación de la memoria cinematográfica de izquierdas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Waldo Darío Gutiérrez Burgos
Descendiente del Pueblo de Uquía – Omaguacas
Editor de ‘Viltipoco10000’ y Director de ‘Cer-Omaguaca’
…”Trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria que es la única recompensa que deben esperar los patriotas desinteresados”…
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