Opinión: Política del
lenguaje
OPINIÓN… ARGOS: JUNIO 06 DE 2012…
Traducido para Rebelión por Ricardo García.
El capitalismo y sus defensores mantienen el domino
a través de los «recursos materiales» de cuyo control disponen, en especial el
aparato del Estado y sus empresas productivas, económicas y comerciales, así
como mediante la manipulación de la conciencia popular a través de ideólogos,
periodistas, profesores universitarios y publicistas, que fabrican los
argumentos y el lenguaje donde enmarcar los asuntos diarios.
Hoy día, las condiciones materiales de la inmensa
mayoría de la población trabajadora se han deteriorado enormemente cuando la
clase capitalista ha depositado la totalidad de la carga de la crisis y la
recuperación de sus beneficios sobre las espaldas de las clases asalariadas. Uno de los aspectos llamativos de
esta regresión en curso y sostenida de los niveles de vida es la ausencia de un
levantamiento social importante hasta la fecha. Grecia y España, con una tasa
de desempleo superior al 50 por ciento entre la población de 16 a 24 años y de
casi el 25 por ciento en general han vivido una docena de huelgas generales y
numerosas protestas de ámbito nacional en las que han participado millones de
personas; pero no han conseguido producir ningún cambio real de gobierno, ni de
política.
Los despidos masivos y los dolorosos recortes
salariales, de pensiones y servicios sociales prosiguen. En otros países, como Italia,
Francia e Inglaterra, las protestas y el descontento encuentran expresión en el
espacio electoral, donde se ha expulsado de sus cargos a quienes los ocupaban,
que han sido sustituidos por la oposición tradicional. Pero a lo largo de toda
la agitación social y profunda erosión socioeconómica de las condiciones de
vida y de trabajo, la ideología dominante que da forma a los movimientos, los
sindicatos y la oposición política es reformista : emite llamamientos para
defender las prestaciones sociales existentes , incrementar el gasto público y
las inversiones y ensanchar el papel del Estado allá donde la actividad del
sector privado no ha conseguido invertir o crear empleo. En otras palabras:
la izquierda proponer preservar aquel pasado en el que el capitalismo
sintonizaba con el estado de bienestar.
El problema es que este «capitalismo del pasado» ha
desaparecido y ha emergido un nuevo capitalismo más virulento e intransigente
creando un nuevo marco mundial y un aparato del Estado poderoso y afianzado
inmune a todo llamamiento a la «reforma» y reorientación. La confusión, frustración y
desorientación de la oposición popular masiva se debe, en parte , a la adopción
por parte de autores, periodistas y profesores universitarios de izquierda de
los conceptos y el lenguaje propugnado por sus adversarios capitalistas: un
lenguaje concebido para hacer ininteligibles las auténticas relaciones sociales
de explotación brutal, el papel central que desempeñan las clases dominantes en
la inversión de las conquistas sociales y los vínculos profundos entre la clase
capitalista y el Estado. Los publicistas, universitarios y periodistas
capitalistas han desarrollado toda una letanía de conceptos y términos que
perpetúan el gobierno capitalista y distraen a los críticos y a las víctimas de
quiénes son los responsables de este marcado deslizamiento hacia el
empobrecimiento generalizado.
Incluso cuando formulan sus objeciones y denuncias,
los críticos del capitalismo utilizan el lenguaje y los conceptos de sus
defensores . En la medida en que el lenguaje del capitalismo ha ingresado en el
lenguaje general de la izquierda, la clase capitalista ha consolidado una
hegemonía o dominio sobre sus adversarios más antiguos. Peor aún: la izquierda,
al combinar algunos de los conceptos básicos del capitalismo con críticas
aceradas, crea ilusiones sobre la posibilidad de reformar «el mercado» para que
sirva a fines populares.
Esto no consigue identificar a las principales
fuerzas sociales que deben ser expulsadas de las alturas del control de la
economía, ni el imperativo de desmantelar un Estado clasista. Mientras que la izquierda
denuncia la crisis capitalista y los rescates de la banca por parte del Estado,
su propia pobreza de pensamiento socava el desarrollo de acciones políticas
masivas. En este contexto, el «lenguaje» de la confusión se convierte en una
«fuerza material»: un vehículo del poder capitalista cuyo uso principal es
desorientar y desarmar a sus adversarios anticapitalistas y obreros. Lo hace asimilando
a sus críticos intelectuales mediante el uso de términos, los marcos
conceptuales y el lenguaje que presiden el análisis de la crisis capitalista.
Los eufemismos fundamentales que prestan servicio de
la ofensiva capitalista
Los eufemismos tienen un doble significado: lo que
connotan los términos y lo que realmente significan. Las concepciones eufemísticas
bajo el capitalismo connotan una realidad favorable o una conducta y actividad
aceptables que están absolutamente disociadas del engrandecimiento de la
riqueza de la élite y la concentración de poder y privilegio. Los eufemismos
disfrazan el empuje de las élites de poder para imponer medidas de clase y
reprimir sin que se les identifique adecuadamente , ni se les haga responsables
, ni sean blanco de la oposición de la acción popular masiva.
El eufemismo más habitual es el término «mercado»,
al que se atribuyen rasgos y potencialidades humanas. Como tal, se nos dice que «el mercado
requiere recortes salariales», disociándolo así de la clase capitalista. Los
mercados, el intercambio de bienes o la compra y venta de artículos llevan
existiendo desde hace miles de años en diferentes sistemas sociales de
contextos enormemente diferenciados. Han sido globales, nacionales, regionales
y locales. Involucran a distintos agentes socioeconómicos y comprenden unidades
económicas muy diferentes, que abarcan desde iniciativas comerciales de ámbito
estatal gigantescas hasta plazas de pueblos y aldeas campesinas en régimen de
semi-subsistencia. Los «mercados» han existido en todas las sociedades
complejas: esclavistas, feudales, mercantiles, de principios del capitalismo y
del capitalismo tardío competitivo, monopolista industrial y financiero.
Cuando se estudian y analizan los «mercados» y con
el fin de dar sentido a las transacciones (a quién benefician y a quién
perjudican), se debe identificar con claridad las clases sociales principales
que dominan las transacciones económicas. Escribir en general sobre «los mercados» es engañoso
porque los mercados no tienen existencia independiente de las relaciones
sociales que definen qué se produce y qué se vende, cómo se produce y qué
constelaciones de clases sociales conforman la conducta de los productores, los
vendedores y la mano de obra. La realidad del mercado actual se define por los
bancos y las corporaciones multinacionales mastodónticas, que dominan los
mercados de trabajo y de bienes. Escribir acerca de «los mercados» como si se
desenvolvieran en una esfera situada al margen y más allá de las atroces
desigualdades de clase es ocultar la esencia de las relaciones de clase
contemporáneas.
Para comprender mínimamente la situación, es
fundamental tener en cuenta, pero se deja al margen de los análisis actuales,
el poder incontestado de los capitalistas propietarios de los medios de
producción y distribución, la propiedad capitalista de la publicidad, los
banqueros capitalistas que conceden o deniegan créditos y las autoridades del
Estado (designadas por capitalistas) que «regulan» o desregulan las relaciones
comerciales. Los resultados de sus políticas se atribuyen a las demandas de ese
«mercado» eufemístico que parecen estar divorciadas de una realidad brutal. Por
tanto, como dan a entender los propagandistas, ir contra «el mercado» es
oponerse al intercambio de bienes:algo a todas luces absurdo. En cambio,
identificar las demandas que el capitalismo impone a la mano de obra,
incluyendo los recortes en salarios, bienestar y seguridad, es enfrentarse a
una forma de conducta mercantil explotadora concreta según la cual los
capitalistas pretenden obtener mayores beneficios en perjuicio de los intereses
y el bienestar de la mayoría de trabajadores asalariados.
Al refundir las relaciones mercantiles de
explotación capitalistas con los mercados en general, los ideólogos obtienen
varios resultados: disfrazan el papel fundamental de los capitalistas al tiempo
que evocan una institución con connotaciones positivas, es decir, un «mercado»
en el que las personas adquieren bienes de consumo y se «socializan» con amigos
y conocidos. En otras palabras, cuando «el mercado», al que se retrata como un amigo
y benefactor de la sociedad, impone medidas dolorosas lo hace supuestamente por
el bienestar de la comunidad. Al menos, eso es lo que los propagandistas
empresariales quieren que la opinión pública crea cuando comercializa su imagen
virtuosa del «mercado»; enmascaran la conducta predadora del capital privado de
perseguir mayores beneficios.
Uno de los eufemismos más habituales lanzados en
plena crisis económica es la «austeridad», un término empleado para encubrir la
cruda realidad de los recortes draconianos de salario, pensiones y bienestar
social, así como el acusado incremento de los impuestos regresivos (IVA). Medidas de «austeridad» significa
políticas para proteger e incluso incrementar los subsidios del Estado a las
empresas y generar mayores beneficios para el capital y mayores desigualdades
entre el 10 por ciento más rico y el 90 por ciento más pobre. La «austeridad»
lleva implícita disciplina, simplicidad, ahorro, responsabilidad, límites con
los artículos de lujo y el gasto, evitación de gratificación inmediata en aras
de la seguridad del futuro... una especie de calvinismo colectivo. Connota un sacrificio
compartido hoy día por el futuro bienestar de todos.
Sin embargo, en la práctica, la «austeridad»
describe políticas diseñadas por la élite financiera para instaurar reducciones
de los niveles de vida y los servicios sociales específicos de clase (como la
salud y la educación) disponibles para trabajadores y asalariados. Significa
que se pueden desviar fondos públicos en una medida aún mayor para pagar las
elevadas tasas de interés a los ya acaudalados titulares de bonos de deuda, al
tiempo que se somete a la política pública a los dictados de los amos del
capital financiero.
En lugar de hablar de «austeridad», con sus
connotaciones de disciplina severa, los críticos de izquierda deberían
describir con claridad las políticas de la clase dominante contra las clases
trabajadoras y asalariadas, que incrementan las desigualdades y concentran aún
más riqueza y poder en la cúspide de la pirámide social. Las políticas de
«austeridad» son, por consiguiente, una expresión de cómo las clases dominantes
utilizan el Estado para depositar la carga del coste de sus crisis económica
sobre el trabajo.
Los ideólogos de las clases dominantes asimilaron
conceptos y términos que la izquierda utilizaba originalmente para promover
mejoras en el nivel de vida y los convirtieron en sus guías. Dos de esos eufemismos, tomados
de la izquierda, son «reforma» y «ajuste estructural». «Reforma», durante
muchos siglos, se refería a cambios que reducían las desigualdades e
incrementaban la representación popular. «Reformas» eran cambios positivos que
aumentaban el bienestar público y limitaban los abusos de poder de los
gobiernos oligárquicos y plutocráticos. Sin embargo, durante las tres últimas
décadas los principales economistas académicos, periodistas y autoridades
bancarias internacionales han subvertido el significado de «reforma» para
convertirlo en su contrario: ahora alude a la supresión de los derechos
laborales, el fin de la regulación pública del capital y el recorte de
subsidios públicos que facilitan el acceso de los pobres a la comida y el
combustible.
En el vocabulario capitalista actual, «reforma»
significa inversión de cambios progresistas y restauración de los privilegios
de los monopolios privados. «Reforma» significa fin de la seguridad laboral y promoción del despidos
masivo de trabajadores mediante la reducción o eliminación de las
indemnizaciones por despido. «Reforma» ya no significa cambios sociales
positivos; ahora significa inversión de aquellos cambios que tanto esfuerzo
costaron y restauración del poder sin límites del capital. Significa retorno a
la fase anterior y más brutal del capital, anterior a la existencia de
organizaciones sindicales, cuando la lucha de clases fue eliminada. De ahí que
«reforma» signifique ahora restauración de privilegios, poder y beneficios para
los ricos.
De manera similar, las cortesanas lingüísticas de la
profesión económica han cooptado el término «estructural», como cuando se
emplea en «ajuste estructural», para ponerlo al servicio del poder desbocado
del capital. Nada menos que a finales de la década de 1970, cambio «estructural»
aludía a la redistribución de tierras de los grandes terratenientes para los
sin tierra; cambio de poder de los plutócratas a las clases populares.
«Estructuras» se refería a la organización de poder privado concentrado en el
Estado y la economía.
Hoy día, sin embargo, «estructura» se refiere a las
instituciones y políticas públicas que nacieron de las luchas sindicales y
ciudadanas para garantizar la seguridad social, para proteger el bienestar, la
salud y la jubilación de los trabajadores. «Cambios estructurales» es hoy día
el eufemismo para aplastar esas instituciones públicas, poner fin a las
restricciones sobre la conducta depredadora del capital y destruir la capacidad
de la mano de obra para negociar, luchar, o preservar sus conquistas sociales.
El término «ajuste», como en «ajuste estructural»,
es en sí mismo un eufemismo anodino que lleva implícito la sintonización , la
modulación cuidadosa de las instituciones y políticas públicas para que
recuperen la salud y el equilibrio. Pero, en realidad, «ajuste estructural» representa un
ataque frontal contra el sector público y un desmantelamiento generalizado de
la legislación protectora y los organismos públicos organizados para proteger
la mano de obra, el medio ambiente y los consumidores. «Ajuste
estructural» enmascara un ataque sistemático contra los niveles de vida del
pueblo en beneficio de las clases capitalistas.
La clase capitalista ha cultivado toda una cosecha
de economistas y periodistas que hacen proselitismo con un lenguaje desvaído,
evasivo y engañoso con el fin de neutralizar la oposición popular. Por
desgracia, muchos de sus críticos «de izquierda» suelen recurrir a la misma
terminología.
Dado que la corrupción generalizada del lenguaje es
tan preponderante en los debates actuales sobre la crisis del capitalismo, la
izquierda debería dejar de recurrir a este conjunto de eufemismos engañosos
asimilados por la clase dominante. Resulta frustrante ver la facilidad con la
que los siguientes términos entran en nuestro discurso:
Disciplina de mercado.- El eufemismo «disciplina»
connota un carácter fuerte, serio y deliberado ante los obstáculos, en
contraposición a la conducta evasiva e irresponsable. En realidad, cuando se empareja
con «mercado» se refiere a que los capitalistas se aprovechan de los
trabajadores desempleados y utilizan su influencia y poder políticos para
despedir masivamente a los trabajadores e intimidar a quienes conservan un
empleo para ser más explotados y recibir más carga de trabajo, con lo que
producen más beneficios por menos sueldo. También encubre la capacidad de los amos
capitalistas de elevar la tasa de beneficio reduciendo los costes sociales de
producción, como la protección laboral y medioambiental, las prestaciones
sociales y las pensiones.
«Shock de mercado».- Se refiere a que los
capitalistas se dedican a realizar despidos masivos y bruscos, recortes
salariales y reducción de planes de salud y pensiones con el fin de mejorar las
cotizaciones bursátiles, aumentar los beneficios y garantizar mayores
incentivos para los directivos. Al vincular el término neutro y anodino
«mercado» con «shock», los apologistas del capital disfrazan la identidad de
los responsables de las medidas, de sus brutales consecuencias y los inmensos
beneficios de que goza la élite.
«Demandas del mercado».- Esta expresión eufemística
está pensada para antropomorfizar una categoría económica, para difuminar las
críticas de quienes detentan el poder y son de carne y hueso, sus intereses de
clase y sus garra despótica sobre la mano de obra. En lugar de «demandas del
mercado», la expresión debería decir: «la clase capitalista ordena a los
trabajadores que sacrifiquen sus salarios y su salud para garantizar más
beneficios a las corporaciones multinacionales», un concepto claro que tiene
más probabilidades de despertar la ira de quienes se ven afectados
negativamente.
«Libre empresa».- Eufemismo ensamblado a partir de
dos conceptos reales: la empresa privada que busca el lucro y la libre
competencia . Al suprimir la imagen subyacente del beneficio privado de la
minoría en perjuicio de los intereses de la mayoría, los apologistas del
capital han inventado un concepto que subraya las virtudes individuales de la
«empresa» y la «libertad», en contraposición a los vicios económicos auténticos
de la codicia y la explotación.
«Libre mercado».- Eufemismo que presupone la
competitividad libre, justa e igualitaria en mercados no regulados, restando
importancia a la realidad del dominio del mercado por parte de monopolios y
oligopolios dependientes de los rescates estatales masivos en tiempos de crisis
capitalista.
«Libre» alude específicamente a la ausencia de
normativas públicas e intervención del Estado que defiendan la seguridad
laboral, así como la protección de los consumidores y el medio ambiente. En otras palabras, «libertad»
enmascara la desvergonzada destrucción del orden ciudadano por parte de los
capitalistas privados a través del ejercicio desbocado del poder político y
económico. «Libre mercado» es el eufemismo para aludir al
gobierno absoluto de los capitalistas sobre los derechos y los medios de vida
de millones de ciudadanos; en esencia, la auténtica negación de la libertad.
«Recuperación económica».- Esta expresión eufemística
significa recuperación de los beneficios por parte de las principales
corporaciones. Disfraza la ausencia total de recuperación de los niveles de vida de las
clases media y trabajadora, la inversión de los beneficios sociales y las
pérdidas económicas de los titulares de hipotecas, los deudores, los
desempleados de larga duración y los propietarios de pequeñas empresas en
quiebra. Lo que se pasa por alto con la expresión «recuperación económica» es
que el empobrecimiento masivo acabó convirtiéndose en un requisito esencial
para la recuperación de los beneficios empresariales.
«Privatización».- Este concepto describe la
transferencia de empresas públicas (por lo general, las que arrojan beneficios)
a grandes capitalistas bien relacionados a precios muy inferiores al de su
valor real, lo que conduce a la pérdida de servicios públicos, de empleo
público estable y al aumento de los costes para los consumidores cuando los
nuevos propietarios privados elevan los precios y despiden a trabajadores...
todo en nombre de otro eufemismo, la «eficiencia».
«Eficiencia».- Aquí la eficiencia no se refiere más
que a las cuentas de resultados de una empresa; no refleja los elevados costes
de la «privatización» soportados por los sectores correspondientes de la
economía. Por ejemplo, la «privatización» del transporte añade costes a las
empresas volviéndolas menos competitivas en relación con sus competidores de
otros países; la «privatización» elimina servicios en regiones menos
lucrativas, lo que desemboca en el colapso económico local y el aislamiento con
respecto a mercados nacionales.
A menudo, las autoridades, que sintonizan con los
capitalistas privados, retirarán deliberadamente inversiones de empresas
públicas y nombrarán a compinches políticos incompetentes en el marco de una
política de paternalismo con el fin de degradar servicios y fomentar el
descontento público. Esto genera una opinión pública favorable a la «privatización» de la
empresa. Dicho de otro modo: la «privatización» no es una consecuencia de las
ineficiencias intrínsecas de las empresas públicas, como les gusta argumentar a
los ideólogos del capitalismo, sino un acto político deliberado concebido para
reforzar los beneficios del capital privado a costa del bienestar público.
Conclusión
El lenguaje, los conceptos y los eufemismos son
armas importantes de la lucha de clases «desde arriba», concebidos por
periodistas y economistas capitalistas para maximizar la riqueza y el poder del
capital. En la medida en que los críticos progresistas e izquierdistas adoptan
estos eufemismos y su marco de referencia, sus críticas y las alternativas que
proponen se ven limitadas por la retórica del capital. Poner «comillas» entre
los eufemismos puede ser una señal de desaprobación, pero no sirve para
promover un marco analítico distinto, necesario para el éxito de la lucha de
clases «desde abajo».
Y lo que es igual de importante, elude la necesidad
de una ruptura fundamental con el sistema capitalista, incluido su lenguaje
corrupto y sus conceptos engañosos. Los capitalistas han derribado las conquistas más
esenciales de la clase trabajadora y nosotros no podemos contraatacar el
dominio absoluto del capital. Esto debe volver a plantear la cuestión de la
transformación socialista del Estado, la economía y la estructura de clases.
Una parte intrínseca de este proceso debe ser el rechazo absoluto de los
eufemismos utilizados por los ideólogos capitalistas y su sustitución
sistemática por expresiones y conceptos que reflejen fielmente la cruda
realidad, que identifiquen claramente a los responsables de esta decadencia y
que definan a los agentes políticos de la transformación social.
Waldo Darío Gutiérrez
Burgos
Descendiente del Ayllu
Uquía – Pueblo Omaguaca
Director de
‘Cer-Omaguaca’, ‘Obnu’ y ‘ArgosIs-Internacional’
MIEMBRO DE ‘VILTIPOCO10000’,
‘GAPO’ Y 'FELAP'