Medios: La guerra de la información
La
información y la desinformación se han utilizado siempre como armas para
someter voluntades y conquistar conciencias. En la lucha secular entre
dominadores y dominados, explotadores y explotados, la batalla por las ideas
forma parte integral de la efectuada con las armas de la violencia física. Esto
es lo que se llama también "guerra de la información". En el frente
material se utilizan tanques, aviones, armas químicas y nucleares, etc.. En el
espiritual se aplican toda una serie de armas psicológicas, esto es, lo que se
denomina violencia simbólica o psicológica. Las guerras del siglo XX
constituyen ejemplos de estos tipos de violencia utilizada contra los pueblos y
todo tipo de movimientos emancipadores.
Como se
sabe, siempre ha habido rebeliones de los esclavos, siempre las habrá mientras
dure la sumisión y esclavitud de los muchos desposeídos por los pocos
poseedores. Las voces de éstos proclaman a los cuatro vientos que la
emancipación es una utopía imposible. Las de los explotados, en cambio, afirman
que la autodeterminación de sus vidas es una utopía imposibilitada, pero
posible. Y esto es lo que están demostrando los movimientos emancipadores de
América Latina, por donde vuelve a cabalgar de nuevo la utopía socialista.
La
Revolución Bolivariana se ha convertido hoy en el campo de batalla de lo que
los padres del socialismo llamaron la lucha de clases. Mucho se ha escrito ya
sobre la violencia desatada en todos los medios contra el triunfo electoral del
candidato socialista Nicolás Maduro el 14 de abril. La lucha sigue y seguirá.
El comportamiento de Capriles y de quienes lo aúpan recuerda el golpe del
fascismo español contra la victoria de la república de 1936 que condujo a la
terrible guerra civil y a todo el dolor que todavía dura. Quienes hasta ahora
han disfrutado del poder sobre las vidas de los demás no van a renunciar
voluntariamente a sus privilegios. Tampoco van a ceder los explotados en su
afán por mejorar sus condiciones de vida material y espiritual.
Por lo
que se ve, los enemigos jurados de la Revolución Bolivariana, tanto los
internos como los externos, utilizan los métodos y las técnicas de los
fascismos europeos, reforzados ahora con las nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación. La estrategia es la misma, mantener el
dominio, impedir que el pueblo venezolano organice su convivencia para acceder
a su autodeterminación material y espiritual, a su emancipación, a su libertad.
Ese es
el objetivo. Para tal fin se requiere el empleo de la violencia. Los fascismos
europeos la aplicaron en las circunstancias sobradamente conocidas. Los actos
violentos realizados por sus epígonos venezolanos han vuelto a traer a la
memoria aquellos comportamiento antihumanos. Aquí, en España, los tenemos aún
bien presentes. Sí, los asesinatos de dirigentes y activistas chavistas, los
asedios, acosos, incendios de locales, etc. se han practicado durante el día de
las elecciones y después. Incluso se ha atacado y destruido centros de salud,
sin excluir de estos ataques a los médicos que atienden gratuitamente la salud
popular. Porque para el capitalismo, en cambio, la salud debe ser un negocio
lucrativo privado que engorde los bolsillos de los pocos.
Mas el
recurso a la violencia física está mal visto y, además, es costoso.
Estéticamente es preferible mantener el dominio, y el negocio, mediante la
violencia psicológica. El capitalismo necesita la dominación psicológica del
individuo y la manipulación de su conciencia. Así logra que se identifique con
sus valores. Mientras la gente acepte su sistema social no es menester
someterla con policías, tanques ni ejércitos. La manera más efectiva de
ocultar, esto es, de invisibilizar los actos de violencia psicológica y física
de un sistema social que genera angustias, incertidumbre por el futuro,
precariedad en el empleo, discriminación de todo tipo, etc., es crear un
discurso que mantenga el miedo y haga creer a la población sometida que no hay
otra alternativa que la resignación. Es decir, el discurso de la mentira y del
engaño.
Hay que
intoxicar mucho las mentes para admitir que la guerra es una acción
humanitaria, que la destrucción de vidas y haciendas, el envenenamiento de
tierras y aguas con uranio empobrecido y enriquecido, el empleo de napalm,
agentes químicos, bombas “margarita”, llamadas así porque arrasan una milla
cuadrada sin dejar siquiera hierba, y tantas otras armas de destrucción masiva
aplicadas por los EE UU y la OTAN contra las poblaciones de Japón, Vietnam,
Yugoslavia, Afganistán, Iraq, Libia, etc., son instrumentos de la libertad y la
democracia. O para aterrorizar a la propia población con las constantes
advertencias de inminentes atentados terroristas.
El
control de la comunicación y de la información contribuye a legitimar el poder
político de la clase propietaria. El orden cultural no es independiente del
económico. Se envuelve en la bandera nacional, proclama su devoción a la
patria. Pero su patriotismo se mide por hectáreas. Se es tanto más patriota
cuantas más hectáreas de patria se posean, Por eso se desprecia a los que
carecen de ellas, campesinos pobres, pueblos aborígenes, etc.
Ese
pequeño grupo poseedor está perdiendo su poder y su dominio económico y
espiritual, su oligopolio de los medios de información y comunicación. De ahí
los ataques a los medios comunitarios, ampliadores de conocimiento, de
visibilidad, de conciencia, de voluntad democrática, de autodeterminación.
Recuérdense, por ejemplo, los bombardeos nortemericanos a las emisoras de radio
y televisión yugoslavas, iraquíes, libias, etc. para impedir que sus
poblaciones accedieran a otras informaciones y a otras imágenes de la guerra
que no fueran las suyas. Y ahora, los ataques a los medios electrónicos, los
hakeos a las instituciones, lo que empieza a denominarse guerra electrónica.
Así es como practican su tan cacareada libertad de expresión.
Para
llevar a cabo esta guerra de la información el imperialismo ha creado toda una
serie de organismos dedicados a producir informaciones falsas que contribuyan a
facilitarse su dominio tanto dentro como fuera del propio Estado. Ahí están,
por ejemplo la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa), que abastece de
noticias a los medios de difusión latinoamericanos (y españoles, como El País),
la OSI (Oficina de Influencia Estratégica, por sis siglas en inglés),
dependiente del Pentágono, o la USIA (Agencia de Información Estadounidense),
sin mencionar las de la propia CIA. Su objetivo es construir, a nivel
planetario, el soporte cultural de la globalización económica del capitalismo.
Una forma más de obtener el consenso, la uniformidad en la información contra
la Revolución Bolivariana. Aparte, claro está, de la coincidencia en sus
intereses económicos.
Tenemos
así un régimen totalitario de comunicación e información que aspira a su
seguridad y fortalecimiento, a justificar sus fechorías en función de sus
intereses de beneficio privado y no en función del bien común de los pueblos. A
eso que llaman “intereses nacionales”, concepto tan semejante al Lebensraum
(espacio vital) de los nazis. Las pautas de esta comunicación totalitaria las
marcaron Hitler y Goebbels. No en vano los norteamericanos se llevaron a la
práctica totalidad de los funcionarios de su Ministerio de Propaganda e
Ilustración Popular a los Estados Unidos y los pusieron a su servicio.
Las
técnicas de esta comunicación totalitaria son muy numerosas, entre ellas, cabe
mencionar la mentira, la tergiversación, el uso perverso del lenguaje, el
miedo, la sospecha, la censura, la represión académica, la simplificación, la
selección, el silenciamiento, etc. Todas ellas componentes de la manipulación,
esto es, la intervención consciente en los contenidos y formas de la
comunicación en función de los intereses privados de sus propietarios. Aquí
sólo haremos una breve referencia a la mentira, la selección y el
silenciamiento. Esto es, a las más directamente relacionadas con la ampliación
o reducción del conocimiento y de la ignorancia, con la ilustración y con el
ocultamiento, con la visibilidad e invisibilidad del dominio. La mendacidad se
ha convertido en el estilo de vida del globalizado tardocapitalismo. Con
mentiras empezó la guerra hispano-estadounidense, la II Guerra Mundial, la de
Vietnam, la del Golfo, la de Yugoslavia, la de Libia, etc. Su gran mentira
estriba en la ocultación de que en la sociedad de libre mercado, como se define
el capitalismo, existen intereses contrapuestos, antagónicos, entre ricos y
pobres. Que los intereses nacionales y la seguridad de Occidente no se ven
amenazados por los desarrapados campesinos de Afganistán ni los depauperados
indígenas den América Latina. Sino que se trata más bien de los intereses de
las grandes compañías transnacionales. Ignorar la historia del genocidio de las
poblaciones indígenas, de la esclavitud de los negros por los terratenientes
blancos, de la explotación de los pobres por los ricos, equivale a quedar
desarmado ante las mentiras que propagan los detentadores del poder. Hay que
recordar que la población de los Estados Unidos es una de las mas ignorantes
del mundo, a pesar de sus excelentes universidades para ricos.
La
información es, por su naturaleza, selectiva. De ahí que la selección sea
obligada, pero no neutral. En lo que se denomina sociedad de libre mercado se
selecciona, como es lógico, lo que se cree que se va a vender mejor y a más
gente. Esto es, se produce información con valor de cambio y no con arreglo a
valores de uso, de beneficio común. Mas, con la propiedad de los medios, la
minoría propietaria tiene también el poder de definir la realidad para los
muchos, de decirles lo que pasa, lo que es bueno y malo, lo que hay que hacer y
no hacer, cómo hacerlo, etc. Este poder de fijar el programa social de
cualquier comunidad es la clave del control social. Lord Nordcliffe, dueño de
uno de los consorcios más poderosos de periódicos de principios de siglo XX lo
explicaba así: "Dios enseñó a los hombres la lectura para que yo pueda
decirles a quién deben amar, a quién deben odiar y lo que deben pensar."
El
sencillo método de manipular comunicando tan sólo lo que a uno le conviene
implica, claro está, el de silenciar lo que no conviene. Cuando la verdad no
responde a los intereses del capital no se trata de mentir, sino de no decir la
verdad. Este método es más difícil de ver para los lectores, oyentes y
telespectadores. Se informa de modo selectivo, pero creíble. sobre fenómenos,
detalles, sin explicar la esencia del sistema, sin contexto.
Esta
técnica del silenciamiento, tan empleada en las dictaduras, se mantiene vigente
en las llamadas democracias, aunque de vez en cuando ocurran filtraciones,
generalmente interesadas, que llegan al público. Pero siempre hay temas tabú
que ningún medio ni periodista aborde sin riesgo de perder su existencia. Basta
con retirarle la publicidad comercial al medio y despedir al periodista.
Esta
clase propietaria y sus corifeos quieren hacernos creer que su oposición a los
gobiernos y movimientos revolucionarios se debe a que éstos no disponen de
medios de oposición o no han adoptado el modo occidental (financiado) de
elecciones. Cosa que ya no pueden afirmar tras el triunfo de la izquierda en
Venezuela, Ecuador, Bolivia o Nicaragua. Olvidan, u ocultan, que la libertad de
expresión corre pareja con la conquista de otras libertades, que es producto de
la lucha de clase, la lucha por la seguridad social, el empleo, el derecho a la
educación y a la asistencia sanitaria gratuita, etc.
Es
fácil entender, pues, que el objetivo de la información y desinformación que se
produce en torno a Venezuela oculta, invisibiliza, más que ilustra, visibiliza.
Se pretende así, adormecer las conciencias, sustraerlas al pensamiento crítico.
El adocenamiento es una medida de protección. Que se sepa, ningún medio de
comunicación antibolivariano ha dicho hasta ahora que el malestar de millones
de personas depende del escandaloso bienestar de unos cuantos multimillonarios.
La
tarea bolivariana, en cambio, estriba en hacer conscientes a los ciudadanos de
que se emancipen de los poderes dominantes en la economía y en la cultura, de
que tomen conciencia de la necesidad de producir una comunicación basada
esencialmente, no en el valor de cambio capitalista, sino en el valor de uso
socialista, esto es, una comunicación cualitativa, que parta del receptor, de
sus intereses y necesidades. En suma, aplicar criterios de rentabilidad social
y no sólo criterios de rentabilidad financiera.
Semejante
comunicación cognitiva es necesaria para el conocimiento y dominio del medio
ambiente, esto es, de la sociedad en que se vive, a fin de ser dueños y no
víctimas de ella. Pues, como se sabe, el conocimiento estimula la acción, el
deseo de cambio a mejor, quien ha comprendido, cambia. “La ignorancia jamás ha
ayudado todavía a nadie”, decía K. Marx en 1846. Convertir los medios en
fabrica de pensamiento en vez de fábrica de sueños, en actividad en vez de
accionismo, en creeatividad en vez de imitación.
¿Qué
averiguamos cuando sabemos que determinadas condiciones no permiten el
desarrollo del ser humano? ¿Qué tenemos con saber que la producción de noticias
está enajenada, el transporte tecnocratizado, el consumo manipulado? Descubrir
las relaciones de los procesos de comunicación con otros procesos económicos,
de dominio, no significa, por lo pronto, más que hacer comprensibles nuevas
relaciones y así sucesivamente. La sociedad que oculta el conocimiento y genera
alienación es un caldo de cultivo para la violencia. Si el capitalismo es la
cultura de la violencia y la muerte, el socialismo es la cultura de la paz y la
vida. De ahí que una manera de combatir su violencia estribe en exponer
verazmente las artimañas de dirección y perversión con que este régimen seduce
al público, esto es, al pueblo. Esa es la tarea titánica que espera a los
medios de comunicación comunitarios que aguarda a los revolucionarios
bolivarianos. Porque “Felicidad es el conocimiento de la realidad para
dominarla”, decía el biólogo Faustino Cordón.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons,
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