(Foto: Roberto
Fernández Retamar, La Jiribilla)
Cuba: La memoria debe
ser un arma revolucionaria
CUBA... VILTIPOCO10000: MAYO 20 DE 2012...
La Jiribilla
14 NOVIEMBRE 2009
Es imprescindible que
comience estas palabras evocando la memoria del gran compañero Cintio Vitier,
quien fuera hasta su muerte presidente de honor del Centro de Estudios
Martianos y ejemplo vivo de lo que es, de lo que debe ser un martiano. Pues
esta denominación no es dable aplicarla primordialmente a quien esté informado
de la vida y la obra del Maestro, conocidas en plenitud por Cintio, sino, sobre
todo, a aquel cuya conducta esté regida por sus lecciones. Y tal fue el caso
del autor de Ese sol del mundo moral, quien nos dejó páginas imperecederas
sobre Martí y, a la vez, fue fiel discípulo suyo.
Esto último se puso
de manifiesto en su defensa lúcida y apasionada de las mejores realizaciones de
la Revolución Cubana, cuya filiación martiana fue proclamada desde el 26 de
julio de 1953 por el propio Fidel.
Este Encuentro se
realiza en vísperas de conmemorarse el bicentenario de la fecha que se da como
inicio de la emancipación de nuestra América, lo que Martí llamó en Caracas, en
1881, “el poema de 1810”, al que él quiso, dijo, “añadir una estrofa”. Pero
Martí sabía bien que tal poema empezó mucho antes, pues se remonta a revueltas
indígenas y alzamientos de esclavos contra los invasores europeos y sus
sucesores, se hizo realidad en Haití entre 1791 y 1804, ocurrió en 1809 en
Ecuador y Bolivia, y se retrasó en otros países, como Cuba, donde se dilató
hasta 1868.
Sin embargo, los
fuertes movimientos que de México y Venezuela hasta el Río de la Plata
estremecieron al Continente en 1810 justifican que ese año se tome para
sintetizar el múltiple acontecimiento. Se trata de las luchas por nuestra
primera independencia, a la cual, comentando la conferencia panamericana que
tenía lugar en Washington en 1889, Martí postuló que era necesario añadir una
segunda independencia. La primera se obtuvo frente a viejas metrópolis
europeas, y la segunda y definitiva lo haría frente a una nueva metrópoli, que
Martí, quien la conoció desde dentro en sus virtudes y en sus defectos, llamó
de diversas maneras: en 1884, “la América europea”; en 1894, “la Roma
americana”; en 1895, “el monstruo”.
Este último
nombramiento, como se sabe, procede de su carta póstuma a su fraterno amigo
mexicano Manuel Mercado, a quien confesó allí que cuanto había hecho y haría
era “para impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por
las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras
tierras de América”. Con razón se ha considerado que esa carta tiene carácter
testamentario, junto a otros textos suyos en que dijo: “Con los pobres de la
tierra/ Quiero yo mi suerte echar”; “Con los oprimidos había que hacer causa
común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de
los opresores”. Los auténticos martianos lo han asumido así, trátese de Julio
Antonio Mella, de Fidel Castro o de Ernesto Che Guevara.
Setenta años después
de haber planteado Martí que era necesaria nuestra segunda independencia, ella
dio sus pasos iniciales en la parte de humanidad donde le tocó nacer pobre y
morir peleando. La Revolución Cubana, cuyo cincuentenario estamos conmemorando,
es hija directa del pensamiento y la acción de Martí, a quien, por supuesto, no
son atribuibles nuestras imperfecciones. Durante cierto tiempo, los
contrarrevolucionarios pretendieron negar el vínculo entre Martí y la
Revolución Cubana. Como ruinas de esa negación sobreviven las entidades
llamadas desvergonzadamente Radio Martí y TV Martí. Pero desde hace años,
escribas contrarrevolucionarios, incapaces de tapar el sol con un dedo, están
empeñados en restarle valor a Martí. Ya no se lo opone a la Revolución Cubana,
lo que tácitamente reconocen que es tarea imposible: ahora lo calumnian también
a él. Como en el viejo proverbio castellano, ladran, luego galopamos.
Ningún momento mejor
que este que tenemos el privilegio de vivir para exaltar la segunda
independencia de nuestros países. Ya la Cuba revolucionaria no está sola. Ya
hay en la América Latina y el Caribe no pocos gobiernos revolucionarios,
reunidos en el ALBA, y otros que también mantienen conductas dignas. Ello se
puso de manifiesto, entre muchos hechos, cuando la Organización de Estados
Americanos derogó la decisión por la cual, en cumplimiento del dictado de
Washington, Cuba fue expulsada de su seno en 1962. Nuestra América, como la
llamó Martí, está siendo, cada vez más, digna de ser su patria.
Y es elocuente que
varios gobiernos del área, como Cuba hace con Martí, reclamen las herencias de
grandes visionarios del pasado. Las nuevas batallas se dan como continuación
orgánica de las que en sus momentos respectivos encabezaron Túpac Katari, Simón
Bolívar, Eloy Alfaro o Augusto C. Sandino. Y es que, así como Martí, en 1893,
dijo de Bolívar, a quien llamó padre, que lo que él no había hecho estaba sin
hacer todavía, no se han extinguido, todo lo contrario, los ejemplos de
nuestros próceres: los nombrados y muchos más, que nos llenan de orgullo y
esperanza. Es por tanto completamente justo que algunas de las Cátedras
Martianas unan al de Martí los nombres de otros de nuestros grandes
libertadores. Y es que ellos no están detenidos en el pasado: tienen mucho que
hacer todavía. Cuando se nos invita a olvidar, se nos tiende una trampa mortal.
También la memoria puede y debe ser un arma revolucionaria. No hemos nacido
ayer. Llevamos siglos de padecer diversas formas de explotación, y es tiempo
sobrado de terminar con ellas.
No se puede obviar
que a mediados del siglo XIX, en una guerra inicua, se le arrancó la mitad de
su territorio a México; que cuando en 1898 Cuba le tenía ganada a España la
guerra de independencia que había organizado Martí, intervinieron en esa guerra
con una excusa falaz los Estados Unidos e hicieron de la Isla primero tierra
ocupada militarmente, y luego una neocolonia durante casi seis décadas; que la
hermana Puerto Rico, para coadyuvar a cuya independencia Martí fundó también el
Partido Revolucionario Cubano, con su Sección Puerto Rico, es hoy, con un
nombre de papel, una colonia de tipo tradicional; que muchos países del Caribe
han sido invadidos una y otra vez por tropas estadounidenses; que fue el
embajador de los Estados Unidos en México quien decretó en 1913 el asesinato
del presidente Madero, como en 1934 se valdrían de un Judas nicaragüense para
asesinar a Sandino; que el autor de ese crimen fue considerado por el
presidente de turno en los Estados Unidos un hijo de puta, pero, añadió,
nuestro hijo de puta; que al ser ajusticiado ese hijo, vuelto un sanguinario
dictador, otro presidente de los Estados Unidos envió un mensaje de condolencia
por la muerte de un paladín de la democracia; que gobiernos nacidos de
elecciones convencionales fueron brutalmente depuestos, siguiendo órdenes de
gobernantes de los Estados Unidos, en Guatemala en 1954 y en Chile en 1973, con
secuelas de múltiples asesinatos; que hace unas décadas, en complicidad con
elementos locales, Washington auspició sangrientas dictaduras militares sobre
todo en el Cono Sur, y organizó el Plan Cóndor para coordinar los crímenes de
dichas dictaduras: todo lo cual no puede menos que tenerse presente ante los
sucesos de Honduras. Y no se trata solo de recordar. Frente a nuestros ojos
están ahora mismo la Cuarta Flota en el Caribe y siete nuevas bases militares
estadunidenses en Colombia.
¿Olvidar? No:
recordar, y mucho. Lo que no debe llevarnos a desconocer que en el pueblo de
los Estados Unidos existen numerosas conciencias alertas que son nuestras
aliadas naturales. Aquí, de nuevo, es fundamental la lección de Martí, quien en
1889 supo distinguir entre los Estados Unidos de Lincoln y los de Cutting. El
primero fue el presidente que abolió la esclavitud en su país; el segundo, un
vulgar aventurero que quiso provocar otra guerra de rapiña contra México, un
Bush de su época.
Significativamente,
los estadounidenses que fueron a defender en 1936 a la República Española
agredida por el nazifascismo dieron a su noble Brigada el nombre de Lincoln.
Porque Martí, el más
universal de los seres humanos nacidos en América, y uno de las mayores de
todos los lugares y tiempos, sigue orientándonos. Si fue el primer
antimperialista de nuestra América, y acaso del mundo todo, fue también aquel a
quien los lectores de lengua española debemos en gran parte, según escribió
Juan Ramón Jiménez, “la entrada poética de los Estados Unidos”. Y además dio a
conocer en nuestra lengua numerosos aspectos de la vida en el país del Norte,
donde supo distinguir lo positivo y lo negativo, y escribió sobre lo uno y lo
otro.
La vida de Martí,
quien apenas sobrepasó los cuarenta años, parece hecha de muchas vidas. Ante
los cuantiosos volúmenes de sus Obras completas es difícil concebir cómo
encontró tiempo no ya para escribirlas, sino para leer lo que en ellas abordó.
Y la diversidad de sus obras es enorme. La forman en primer lugar, desde el
punto de vista cuantitativo, colaboraciones periodísticas, pero también versos,
cartas, discursos en considerable medida improvisados y perdidos (así, los que
pronunció en la manigua ante los mambises), testimonios, narraciones, obras de
teatro, traducciones. Y en todo mostró una calidad superior. Esto lo han
corroborado hasta hoy protagonistas de las literaturas en castellano.
Como se conoce bien,
en Martí estuvieron fusionados la criatura moral, el genio político y el
literario. Por cualquier costado que se le aborde, esto se hace evidente.
Piénsese, por ejemplo, en esa excepcional revista para niños, La Edad de Oro,
que cumple ahora ciento veinte años de aparecida. En ella están presentes el
escritor de vuelo mayor, en prosa y verso, el pensador, el periodista, el
traductor, el patriota americano, el defensor de los pueblos oprimidos, el
historiador, el amante de la ciencia y la técnica, el maestro.
Más de una vez nos
hemos preguntado cómo fueron los primeros lectores de la revista. Y gracias al
estudioso de La Edad de Oro Salvador Arias conocemos al menos a uno de esos
pequeños lectores iniciales. Se trató de un hijo de la notable poetisa y
maestra dominicana Salomé Ureña, quien contó cómo suscribió al niño, Pedro
Henríquez Ureña, a la revista, y cómo él la coleccionaba. Incluso, cuando
cometía alguna falta, propia de sus pocos años, se le amenazaba como castigo
con no poder leer la revista. La promoción de Henríquez Ureña fue la primera en
recibir La Edad de Oro. Y si ella sigue siendo un deleite y una fuente de
enseñanzas para niños y jóvenes, no lo es menos para los adultos, como han
hecho observar varios comentaristas. Puede decirse que el conjunto de los
cuatro números que la revista llegó a publicar constituye uno de los mejores
libros de Martí. Lo cual nos lleva a recordar que Martí, quien escribió
infatigablemente hasta el día de su muerte, no publicó libro alguno. Ismaelillo
y Versos sencillos son cuadernos que sufragó él mismo y aparecieron fuera de
comercio. Algunos otros cuadernos suyos contienen textos por lo general
políticos.
De él puede decirse
lo que él afirmó de José de la Luz y Caballero: que prefirió hacer hombres
antes que hacer libros. La fama que conoció la debió a sus extraordinarios
textos periodísticos, que le merecieron, durante su vida, vehementes elogios de
Sarmiento y Darío. Y es que el escritor cuyos pariguales hay que buscarlos
entre los trágicos griegos, en Shakespeare, en los creadores de los Siglos de
Oro españoles, en los grandes novelistas rusos del siglo XIX, se acogió sobre
todo al cauce democrático de la prensa de su época, muy superior, por cierto, a
la de nuestros días.
Memorablemente
escribió Henríquez Ureña que la obra literaria de Martí “es, pues, periodismo,
pero periodismo elevado a un nivel artístico que no ha sido igualado en
español, ni probablemente en ninguna otra lengua”. Imaginemos un Esquilo, un
Shakespeare, un Cervantes, un Dostoievski, que en vez del teatro, en unos
casos, o de la novela, en otros, hubieran volcado su genio literario en el
periódico. La comparación no es en absoluto desmesurada. Alguien tan profundo
conocedor de la materia como Alfonso Reyes llamó a Martí, en El deslinde,
“supremo valor literario”, y más tarde, “la más pasmosa organización
literaria”.
Lo anterior no puede
llevarnos a olvidar que la deslumbrante faena literaria de Martí fue solo una
parte del conjunto de su faena. Gabriela Mistral, que tan profundamente lo
entendió, dijo que esa faena fue esencialmente moral, y que su caso literario
era una consecuencia de la anterior. Lo cual es aceptable siempre que se
incluya dentro de su caso moral su tarea política. Pues Martí, ese peleador sin
odio, ese revolucionario de amor al que se han referido con razón Mistral y
Fina García Marruz, fue también un genio político. Los análisis que en este
orden hizo, así como su organización del Partido Revolucionario Cubano y la
preparación de la que, llevando en su seno el espíritu democrático, debió haber
sido guerra de independencia de Cuba —la nueva estrofa del poema de 1810
anunciado por él en Caracas y la primera estrofa de la definitiva independencia
de nuestra América— solo podemos considerarlos como geniales.
Durante un tiempo
algunos se preguntaron cómo podrían compaginarse las doctrinas de Marx y de
Martí. Y aunque este escribió sobre aquel que “como se puso del lado de los
débiles, merece honor”, hay que reconocer, sencillamente, que ni Marx fue
martiano ni Martí fue marxista, y nosotros aspiramos a ser ambas cosas. En otra
ocasión recordé, y ratifico ahora, que llamar marxismo al materialismo
dialéctico e histórico no parece lo más apropiado.
En El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado, Engels hizo ver que el antropólogo
estadounidense Lewis Morgan había descubierto por sus propios pasos, con
independencia de Marx, el materialismo histórico. Es decir, que Morgan no era
marxista, pero sí materialista histórico. ¿Por qué no derivar de esto que el
Martí que escribió sobre las primeras conferencias panamericanas las agudísimas
crónicas que Darío consideraba que formaban un libro, era por su cuenta, sin
ser marxista, un materialista histórico? En cuanto a Marx, muerto en 1883, sus
geniales estudios del capitalismo no llegaron a abarcar la etapa imperialista, en
la cual vivió Martí, quien llamó a los imperialistas por su nombre veintidós
años antes de que Lenin escribiera su libro clásico sobre el tema. Y es a Lenin
a quien debemos la valoración justa de las luchas anticoloniales, como la que
propugnara Martí, para el triunfo mundial del socialismo.
Ni Marx podía ser
martiano ni Martí podía ser marxista —sus metas no coincidían en sus
circunstancias respectivas—, pero nosotros podemos y debemos ser ambas cosas,
con la mediación de Lenin. En Cuba, desde Mella hasta nuestros días, se ha
desarrollado lo que Cintio Vitier llamó con acierto “un marxismo martiano”. No
es imaginable siquiera que el socialismo del siglo XXI, que está en el orden
del día, pueda prescindir de las contribuciones de Martí —ni, desde luego, de
las Marx, Engels y Lenin, a quienes no se puede hacer responsables de las
deformaciones sufridas por el socialismo del siglo XX en los países europeos
del mal llamado socialismo real
Atrás han quedado
discusiones como las que abordaron superficialmente la relación de Martí con
los escritores modernistas hispanoamericanos; como las que, forzando la mano,
pretendieron ver en Martí una suerte de marxista enmascarado. Su grandeza se ha
sacudido esos falsos problemas. Simplemente, Martí es el mayor escritor y, a la
vez, el mayor genio político de nuestra América. Y su validez no se agotó con
su muerte. En un pasaje de sus ardientes Versos libres escribió: “Mi verso
crecerá: bajo la hierba/ Yo también creceré” Y en una carta en verso a su gran
amigo uruguayo Enrique Estrázulas —a quien dedicó, junto con Mercado, sus
Versos sencillos— añadió: “Viva yo en modestia oscura;/ Muera en silencio y
pobreza;/ ¡Que ya verán mi cabeza/ Por sobre mi sepultura!”
Martí no ha
envejecido un ápice: como anunció, ha crecido bajo la hierba; su cabeza
guiadora anuncia y manda sobre su sepultura. En vez de pretender encajarlo en
creencias que no fueron las suyas, acostumbrémonos a serles fieles, a hacernos
dignos de ser sus agradecidos continuadores. No se proponen otra cosa quienes
lo estudian y aman, a lo ancho del planeta, en las Cátedras Martianas.
Palabras para la inauguración del VII Encuentro
Internacional de Cátedras Martianas, leídas el 10 de noviembre de 2009 en el
Aula Magna de la Universidad de La Habana. Publicadas originalmente por La
Jiribilla.
Waldo Darío Gutiérrez
Burgos
Descendiente del
Pueblo de Uquía, Omaguacas
Director
‘Cer-Omaguaca’, ‘Obnu’ y ‘Argos Is-Internacional’
Representante de Argos
Is-Internacional en la República Argentina
MIEMBRO DE LA
'CAMACOL' Y DE LA 'FELAP'
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