Opinión: El secuestro judicial de Julian Assange
xJohn Pilger / Globetrotter
15/12/2021
Julian Assange sacó a la luz la forma en que
Washington ha gobernado el mundo, y al hacerlo realizó quizás el mayor servicio
público que cualquier periodista haya realizado en los tiempos modernos.
“Debemos volver la mirada hacia nosotros
mismos, si tenemos el valor de hacerlo, para ver qué hay en nosotros”
Jean-Paul Sartre
Estas palabras de Sartre deberían resonar en todas
nuestras mentes tras la grotesca decisión del Alto Tribunal británico de
extraditar a Julian Assange a Estados Unidos, donde se enfrenta a “una muerte
en vida”. Este es su castigo por el crimen de periodismo auténtico, preciso,
valiente y vital.
En estas circunstancias, fallo judicial es un
término inadecuado. El 10 de diciembre, los cortesanos con peluca del ancien
regime británico tardaron sólo nueve minutos en estimar una apelación
estadounidense contra la aceptación – en enero, por parte de un juez del
Tribunal de Distrito – de una catarata de pruebas de que a Assange le esperaba
el infierno en la tierra al otro lado del Atlántico: un infierno en el que, se
predijo de forma precisa, encontraría la manera de quitarse la vida.
Fueron ignorados múltiples testimonios de personas
prestigiosas, que examinaron y estudiaron a Julian, diagnosticando su autismo y
síndrome de Asperger y revelando que ya había estado a punto de suicidarse en
la prisión de Belmarsh, el mismísimo infierno británico.
Fue ignorada la reciente confesión de un informante
crucial del FBI y títere de la fiscalía, un estafador y mentiroso en serie, de
que había fabricado sus pruebas contra Julian. La revelación de que la empresa
de seguridad (dirigida por españoles) de la embajada ecuatoriana en Londres
(donde se había concedido refugio político a Julian) era una fachada de la CIA
que espiaba a los abogados, médicos y confidentes de Julian (incluyéndome),
también fue ignorada.
Incluso, fue ignorada la reciente revelación
periodística, repetida gráficamente por el abogado de la defensa ante el
Tribunal Superior en octubre, de que la CIA había planeado asesinar a Julian en
Londres.
Cada una de estas “materias”, como les gusta decir
a los abogados, era suficiente por sí sola para que un juez que defiende la ley
desechara el vergonzoso caso montado contra Assange por un corrupto
Departamento de Justicia de Estados Unidos y sus pistoleros a sueldo en Gran
Bretaña. El estado mental de Julian, bramó James Lewis, abogado, el hombre de
Estados Unidos en el Old Bailey el año pasado, no era más que “malingering”
([hacerse el enfermo], un término victoriano arcaico utilizado para negar la
existencia misma de la enfermedad mental).
Para Lewis, casi todos los testigos de la defensa –
incluidos los que describieron desde la profundidad de su experiencia y
conocimiento el bárbaro sistema penitenciario estadounidense – debían ser
interrumpidos, maltratados, desacreditados. Sentado tras él, pasándole notas,
estaba su director de orquesta estadounidense: joven, de pelo corto, claramente
un hombre de la Ivy League en ascenso.
En sus nueve minutos de desestimación del destino
del periodista Assange, dos de los jueces más veteranos de Gran Bretaña,
incluido el presidente del Tribunal Supremo, Lord Burnett (compañero de toda la
vida de Sir Alan Duncan, el ex ministro de Asuntos Exteriores de Boris Johnson
que organizó el brutal secuestro policial de Assange en la embajada
ecuatoriana) no se refirieron a ni una sola de la larga lista de verdades
ventiladas en audiencias anteriores en el Tribunal de Distrito, verdades que
habían luchado por ser escuchadas en un tribunal inferior presidido por una
jueza extrañamente hostil, Vanessa Baraitser. Su comportamiento insultante
hacia un Assange claramente afectado, que luchaba por vislumbrar su propio
nombre entre la niebla de la medicación suministrada por la prisión, es
inolvidable.
Lo realmente chocante durante este 10 de diciembre
fue que los jueces del Tribunal Superior – Lord Burnett y Lord Justice Timothy
Holroyde, que leyeron sus palabras – no mostraron ninguna vacilación en enviar
a Julian a la muerte, vivo o no. No ofrecieron ninguna atenuación, ninguna
señal de atormentarse por algún criterio legal o moral básico.
Su fallo a favor, si bien no es en nombre de
Estados Unidos, se basa directamente en “garantías” transparentemente
fraudulentas, reunidas por el Gobierno de Biden cuando parecía que la justicia
podría prevalecer en enero.
Estas “garantías” se traducen en que, una vez bajo
custodia estadounidense, Assange no será sometido a las orwellianas SAMS
(Medidas Administrativas Especiales), que lo convertirían en una persona no
identificada; que no será encarcelado en ADX Florence, una prisión de Colorado
condenada desde hace tiempo por juristas y grupos de derechos humanos como
ilegal: “un pozo de castigo y desaparición”; que puede ser trasladado a una
prisión australiana para terminar allí su condena.
El absurdo reside en lo que los jueces omitieron
decir. Al ofrecer sus “garantías”, Estados Unidos se reserva el derecho de no
garantizar nada en caso de que Assange haga algo que desagrade a sus
carceleros. En otras palabras, como ha señalado Amnistía Internacional, se
reserva el derecho de romper cualquier promesa.
Hay suficientes ejemplos de que eso es,
precisamente, lo que hace EE.UU. Como reveló el periodista de investigación
Richard Medhurst el mes pasado, David Mendoza Herrarte fue extraditado de
España a Estados Unidos con la “promesa” de que cumpliría su condena en España.
Los tribunales españoles lo consideraron una condición vinculante.
“Documentos clasificados revelan las garantías
diplomáticas dadas por la Embajada de EE.UU. en Madrid y cómo EE.UU. violó las
condiciones de la extradición”, escribió Medhurst, “Mendoza pasó seis años en
EE.UU. intentando volver a España. Los documentos judiciales muestran que
Estados Unidos denegó su solicitud de traslado en múltiples ocasiones”.
Los jueces del Alto Tribunal – que conocían el caso
de Mendoza y la duplicidad habitual de Washington – describen las “garantías”
de no arremeter bestialmente contra Julian Assange como un “compromiso solemne
ofrecido por un Gobierno a otro”. Este artículo se extendería hasta el infinito
si enumerara las veces en que los rapaces Estados Unidos han incumplido
“compromisos solemnes” con los Gobiernos, como los tratados que se rompen
sumariamente y las guerras civiles que se alimentan. Es la forma en que
Washington ha gobernado el mundo, y antes de él Gran Bretaña: es, como nos
enseña la historia, la forma del poder imperial.
Es esta mentira y duplicidad institucional la que
Julian Assange sacó a la luz y al hacerlo realizó quizás el mayor servicio
público de cualquier periodista en los tiempos modernos.
El propio Julian ha sido prisionero de Gobiernos
mentirosos durante más de una década. Durante estos largos años, me he sentado
en muchos tribunales mientras Estados Unidos ha intentado manipular la ley para
silenciarlo a él y a WikiLeaks.
Esto llegó a un punto realmente estrafalario
cuando, en la diminuta embajada ecuatoriana, nos vimos obligados a conversar a
través de un bloc de notas, aplastados contra una pared, teniendo cuidado de
proteger lo que nos habíamos escrito de las omnipresentes cámaras espía
(instaladas, como ahora sabemos, por un apoderado de la CIA, la organización
criminal más duradera del mundo).
Esto me lleva a la cita que encabeza este artículo:
“Debemos volver la mirada hacia nosotros mismos, si tenemos el valor de
hacerlo, para ver qué hay en nosotros”. Jean-Paul Sartre escribió esto en su
prefacio a Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon, el estudio clásico de
cómo los pueblos colonizados y seducidos y coaccionados y, sí, cobardes,
cumplen la voluntad de los poderosos.
¿Quién de nosotros está dispuesto a levantarse en
lugar de permanecer como meros espectadores de una parodia épica como el
secuestro judicial de Julian Assange? Lo que está en juego es tanto la vida de
un hombre valiente como, si es que permanecemos en silencio, la conquista de
nuestros intelectos y del sentido del bien y del mal: de hecho, nuestra propia
humanidad.
*John Pilger es un galardonado periodista, cineasta
y escritor.
FUENTE: https://www.alainet.org/es/articulo/214585